El coronavirus ha desatado un torrente de reflexiones y análisis. Sobran las razones para incursionar en esa clase de conjeturas porque si de algo estamos completamente seguros es que la primera víctima fatal que se cobró la pandemia fue la versión neoliberal del capitalismo. Decimos la “versión” porque el COVID-19 liquidó al neoliberalismo pero no a la estructura que lo sustenta: el capitalismo como modo de producción y como sistema internacional. La era neoliberal ya es un cadáver aún insepulto pero imposible de resucitar. El capitalismo, en cambio, aún resiste y su futuro es incierto. Pero nada autoriza a darlo ya por muerto.

Simpatizo mucho con la obra y la persona de Slavoj Zizek pero esto no me alcanza para otorgarle la razón cuando, en la estupenda nota de María Daniela Yaccar en PáginaI12 del 29 de marzo (https://www.pagina12.com.ar/255882-la-filosofia-y-el-coronavirus-un-nuevo-fantasma-que-recorre- ) sentencia que la pandemia le propinó “un golpe a lo Kill Bill al sistema capitalista” luego de lo cual, siguiendo la metáfora cinematográfica, éste debería caer muerto a los cinco segundos. No ha ocurrido y no ocurrirá porque, como lo recordara Lenin en más de una ocasión, “el capitalismo no caerá si no existen las fuerzas sociales y políticas que lo hagan caer.” El capitalismo sobrevivió a la pandemia de la mal llamada “gripe española”, que ahora sabemos vio la luz en la base militar Fort Riley (Kansas) , y que según los imprecisos cálculos de su letalidad, exterminó entre 20, 50 y 100 millones de personas. Resistió también al derrumbe global producido por la Gran Depresión, demostrando una inusual resiliencia para procesar las crisis e inclusive salir fortalecido de ellas. Pensar que en ausencia de aquellas fuerzas sociales y políticas anticapitalistas ahora se producirá el tan anhelado deceso de un sistema inmoral, injusto y predatorio, enemigo mortal de la humanidad y la naturaleza, es más una expresión de deseos que producto de un análisis concreto. Zizek confía en que para salvarse la humanidad tendrá que recurrir a “alguna forma de comunismo reinventado”. Es posible y deseable, sin dudas. Dependerá de si “los de abajo no quieren y los de arriba no pueden seguir viviendo como antes”, cosa que por ahora no sabemos. Pero la coyuntura presenta otro posible desenlace: “la barbarie”. O sea, la reafirmación de la dominación del capital recurriendo a las formas más brutales de explotación económica, coerción político-estatal y manipulación de conciencias y corazones a través de su hasta ahora intacta dictadura mediática y de la eficacia de su imperio de vigilancia global.

En la nota ya aludida el filósofo de Byung-Chul Han se arriesga a decir que "tras la pandemia, el capitalismo continuará con más pujanza.” Creemos que se equivoca porque si algo ya se dibuja en el horizonte es el generalizado reclamo de la sociedad a favor de una mucho más activa intervención del estado para controlar los efectos desquiciantes de los mercados en la provisión de servicios básicos de salud, vivienda, seguridad social, transporte y para poner fin al escándalo de la concentración de la mitad de la riqueza del planeta en el 1 % más rico de la población. Ese mundo post-pandémico tendrá mucho más estado y mucho menos mercado, y éstos estarán más regulados, con poblaciones “concientizadas” y politizadas por el flagelo a que han sido sometidas y propensas a buscar soluciones solidarias, colectivas, inclusive “socialistas” en países como Estados Unidos, nos recuerda Judith Butler, repudiando el desenfreno individualista y privatista exaltado durante cuarenta años por el neoliberalismo.

En una entrevista reciente Noam Chomsky habla del “monumental fracaso” de los mercados y los gobiernos neoliberales en cuidar la salud de la población.” (https://www.youtube.com/watch?time_continue=61&v=t-N3In2rLI4 )

“Reagan y Thatcher decían que el problema era que los gobiernos sofocaban a los mercados” y que, por lo tanto, “había que acabar con los gobiernos” y su intervención en las áreas de salud, seguridad social, vivienda, educación, transporte, etcétera. En EEUU ese programa se cumplió escrupulosamente: Trump anuncia una gran operación antinarcóticos en el Caribe para hostigar a Venezuela y Cuba y en la misma nota el Washington Post reproduce la opinión oficial de que la pandemia podría “causar entre 100 y 240.000 muertes.” ¿Por qué tantas? Porque según la American Hospital Association el número de camas de hospital disminuyó en un 39 % en los últimos años a fin de aumentar la tasa de ocupación de las camas (hasta oscilar en torno al 90 %) y aumentar la rentabilidad de los hospitales. Según esta misma fuente el país dispone de 924,100 camas pero muchas de ellas están ocupadas por pacientes crónicos y las que cuentan con Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) son a lo sumo 64.000 camas. El Johns Hopkins Center for Health Security informó el mes pasado que si la pandemia es moderada requeriría hospitalizar a un millón de personas, 200.000 de las cuales requerirían camas aptas para las UCI. Una pandemia severa enviaría a los hospitales casi 10 millones, y unos 2.9 millones requerirían camas con UCI. Obviamente, muchísima gente morirá fuera de los hospitales. La destrucción de la salud pública se corrobora también cuando se observa que los centros de salud locales y estaduales tienen un 25 % menos de personal que en el 2008; que el presupuesto del crucial Center for Disease Control cayó un 10 % en términos reales bajo Trump y que éste desmanteló la oficina de la Casa Blanca para coordinar las luchas contra las epidemias creada por Obama para combatir el Ébola en 2014.

Las estadísticas de la destrucción del sistema de salud revelan el contubernio entre gobiernos neoliberales y los traficantes de la salud: hospitales e industria farmacéutica. Difícil que después del desastre que se avecina vaya a haber mucha gente en EEUU que se burle de Bernie Sanders cuando hable de la medicina socializada. Después de esta pandemia, y de la debacle económica que dejará como saldo, el mundo será muy distinto al que conocimos. Casi 10.000.000 de nuevos desocupados se inscribieron en el Seguro Social esta semana. Además, ¿qué ocurrirá con los 80 millones que o no tienen seguro de salud o que el que tienen no les sirve? ¿Seguirán votando por mantener la “privatización” de la salud? ¿Querrán morir a los 70 años, como pide el Vicegobernador de Texas, para reanimar a la economía? ¿Cómo va a actuar el 45 % de la fuerza de trabajo sin licencia paga por enfermedad? Deberá elegir entre ir a trabajar y contagiar o contagiarse de otros, o comer. Lo que parecía normal, hasta “natural”, antes de la pandemia ahora aparece como una monstruosidad. Por eso, el mundo que ya destruyó no volverá a renacer. Estamos en las vísperas de una nueva era, y si nos concientizamos, luchamos con inteligencia y nos organizamos adecuadamente podremos crear un mundo mejor, mucho mejor.